La focaccia es uno de esos alimentos cuya historia tiene sus raíces en tiempos lejanos. Ya en la época de los fenicios y cartagineses, dentro de la cuna del Mediterráneo, se consumía el Libum, un pan que puede considerarse el antepasado de la focaccia. Los griegos y romanos preparaban variaciones con cebada, centeno o harina de mijo. Esta comida era tan importante que a menudo se dejaba como ofrenda a los dioses.
Sin embargo, los verdaderos orígenes de la fügassa genovesa siguen siendo un misterio hoy en día. Los testimonios históricos ya sitúan la focaccia en las cocinas genovesas de 1300, pero si de allí se desarrolló la focaccia actual, aún no está claro.
Lo que es seguro es que durante el período del Renacimiento la focaccia era un alimento muy popular, tanto que se consumía en la iglesia durante las bodas. En 1500 el obispo Matteo Gambaro tuvo que amenazar los fieles con la excomunión si no dejaban de comerlo durante los servicios: ¡Pero nada, se llegó al punto en el que la gente la comía durante los funerales!
La focaccia, tal como la concemos, sin embargo, sólo llegó realmente alrededor del siglo XIX, un período en el que se pueden encontrar recetas y referencias en los libros de cocina y en los “Cuciniere”, los libros de cocina de la cocina genovesa.
La manera de preparar la focaccia en Génova ha cambiado ciertamente a lo largo de los siglos, pero lo que queda es la dedicación de los genoveses a este alimento.
Hoy en día la verdadera fügassa, es la que se encuentra en las mejores panaderías de la ciudad, se prepara sólo con harina, aceite de oliva extra virgen, levadura, sal marina, agua y extracto de malta. Un pan suave, de no más de 2 centímetros de alto, casi de color ámbar, suave por dentro, pero crujiente por fuera, húmedo y con mucho aceite.
Fuente Original: Do Eat Better
Fotografía: Tavolata Bosoni.